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miércoles, 13 de julio de 2011

Cuenta cuentos

"Hasta aquí estoy. Estamos. Los lineales, los encarnizados, los sombrereros que pasaron la vida midiendo mi cabeza. Y tu cabeza, los cinturistas que se pegaban a cada cintura, a cada teta del mundo. 
Aquí vamos a conseguir codo a codo con los anacoretas, con el joven con su tierna indigestión de guerrillas, con los tradicionales que ofuscaban porque nadie quería comer mierda.
Pero además, honor del día fresco, la juventud del rocío, la mañana de mundo, lo que crece a pesar del tiempo amargo: el orden puro que necesitamos"


Aclaró su garganta por última vez en el día, cerró su libro, olvidando las viejas hojas, lo viejas que eran las letras. Luego, miró a la gente buscando comentarios de ojeadas; pero en cada ojos no encontraba nada que sirviera. En cada mirada navegaban infinidad de pensamientos, y con todas las miradas se podría navegar eternamente. Miradas atónitas y podría jurar que enamoradas.
El más cara dura del público dijo casi entre siseo- con la mitad de trapos que yo, con la mitad de limpieza y me ha hecho viajar entre cada metáfora, y no entre cada palabra, sino en cada sonido que en conjunto hace de esa narración todo un vivo cuento, ¡bah! , es increíble-


      Al día siguiente, a la misma hora, sentado en la misma banca: abriendo los ojos y descubriendo el nuevo regalo, una vieja adquisición que hacía de ello un tesoro más. Un tesoro que no sólo formaba parte de él, sino que cumplía objetivo en  quien quisiera escucharlo. Cuando el sol mostraba al día realizado, en la esquina el carrito de helados, las palomas al mismo tiempo de diario, las mismas familias, y la gente distraída de ayer que una a una le rodeaba, que a sus pies tomaba lugar y esperaba. Hasta que se abría el libro con los mismos dedos enmugrecidos, levantaba la vista y recorría las miradas impacientes con una sonrisa larga.
    Ya eran cinco años bajo el mismo pedazo de cielo, en ese parque que de alguna manera resultaba acogedor, conociendo a cada paloma, a cada persona ganada, sobreviviendo con el cariño que pepenaba, comiendo de cada regalo, de cada encuentro. Viviendo y haciendo vivir diario, en cada cuento.
Llorando y haciendo llorar, enamorándose y enseñando del amor a los demás, gritando, declamando... Viendo a cada rato una nueva vida. Hasta que la voz se terminó, se le fue en un ultimo suspiro, en un último cuento de su último libro-
Cerró su libro con sus peculiares dedos enmugrecidos.

Sammantha